¿Por qué me gusta rimar o, mejor dicho, por qué me gusta contar cantando? Porque somos seres rítmicos. Desde el vientre materno nos acompañan las palpitaciones del corazón de nuestra madre, su respiración, el golpe acompasado de sus pasos al caminar. Quizá por eso mismo nos agrada tanto la música. La llevamos en las venas: es nuestro do-re-mi genético.
Imaginemos ahora a nuestros abuelos, los hombres primitivos. Ahí están, sentados de noche alrededor del fuego, contando sus primeras historias. Seguramente los pormenores de alguna cacería. Uno de ellos, nunca sabremos quién, se ha dado cuenta de que la repetición de ciertos sonidos o palabras primigenias enriquece su relato: lo hace más vivaz, más gracioso o más terrible. ¿Así nacería la poesía: de una repetición, de un gesto, de un énfasis? Quiero creer que sí. Que el hombre contó y cantó casi a la par. Después, con los milenios, ocurriría el prodigio: la poesía y la música se convertirían en dos de las expresiones más elevadas de la creación humana.
Pero de esto han hablado muchos y muy notables eruditos.
Yo prefiero, en esta pobre entrada de blog, destacar los dos momentos que mencioné al principio: uno, nuestro despertar como individuos al ritmo, dentro del vientre materno, rodeados de una música orgánica, y dos, nuestro despertar como especie a la narrativa, sentados junto a nuestros ancestros y escuchando con la imaginación sus fábulas de cazadores.
Porque de eso hablaremos de cuando en cuando aquí. De la rima, del verso, de descubrir en cada uno de nosotros esa música natural para luego contar, alrededor de otros fuegos, los pormenores de nuestra vida, nuestras creencias y nuestros sueños.
Comments