ENE-O, NO es el cuento más autobiográfico que he escrito. Lo reconozco sin vergüenza y sinvergüenza que soy: de niño no me gustaba ir a la escuela. Tarde, muy tarde en la vida, me vine a enterar de que tampoco a los otros niños les gustaba. Pero ya qué. El daño estaba hecho.
Yo creía que estaba solo en mi fobia escolar, que era el único niño del mundo al que no le hacía gracia aquello de levantarse temprano, desvestirse, ponerse el uniforme, aplacarse el cabello con kilos de gomina, desayunar a mil por hora, lavarse los dientes, subir al autobús y llegar tembloroso al sitio-que-no-debe-ser-nombrado. La primaria, además, se me hizo eteeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerna.
Tuve que ir todos los días, durante años, a esa prisión. Y encima, estudiar y hacer tareas. ¡Cómo las odiaba! Era un tiempo valiosísimo que la escuela les quitaba a mis verdaderos maestros: Rogelio Moreno y el tío Gamboín.
Así pues, en recuerdo de esos años y en solidaridad con los niños a los que tampoco les gusta ir a la escuela, decidí recrear, más o menos apegado a la realidad, lo que sentía todas las mañanas cuando sonaba el despertador: un vivo deseo de decir NO, NO y NO a la escuela y de inventarme un pretexto para salirme con la mía, es decir, no salir de la casa.
No obstante, también reconozco, sin vergüenza y sinvergüenza, que no todo fue malo en la primaria. Algo aprendí. Creo. La amistad de Rolando y de Luis y la extraordinaria belleza de mi compañera Montserrat y de la maestra Patricia hicieron mucho más llevaderos aquellos años. Y de eso precisamente trata ENE-O, NO: de recordar que en la vida por cada NO también puede haber un SÍ.
¿O no?
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